Hay un órgano vital en la especie animal (incluido el hombre) que es el corazón.
Hay un órgano vital en el ser humano: el estómago.
No sólo es el órgano que nos establece las pautas más necesarias para sobrevivir como es la alimentación, sino que es quién nos mueve en las impresiones y sentimientos. El plexo solar, centro de toda energía vital, se localiza aproximadamente por la boca del estómago... pero nosotros decimos que sentimos con el corazón, que vivimos con la cabeza...
El estómago nos estremece con el amor, la ternura, la delicadeza... y decimos te amo y nos emocionamos, incluso lloramos.
El estómago se estruja con la ira, la rabia, la violencia... y decimos te odio, y los sujetamos, incluso matamos.
El estómago se retuerce con los presentimientos, y te inmoviliza.
El estómago carga con nuestro estrés y tedio hasta que queda aplastado y te vuelve débil, te oprime y te sientes sin control sobre tu vida.
Hay un solo órgano vital que mueve al hombre, de donde manan los sentimientos, en donde brotan las impresiones, allá donde nacen las sensaciones: el estómago.
El mío está herido, tengo la aorta en obras y los sentimientos van y vienen del estómago a la cabeza sin una trayectoria coherente, aguantando embotellamientos y atascos en pleno mes de agosto. Las emociones rebotan y me hieren los ojos, y me amputan los dedos y me quiebran las rodillas. Tengo la aorta en obras y el corazón de mudanza y se me apilan todos los trastos viejos e inservibles en el alma y se me llenan de polvo y cascotes todas las lágrimas. Y me pongo un traje de fiesta para faenar, me tajo las manos para poner orden y desde el ocaso hasta la alborada me postro.