Sin embargo, sí ha abierto uno de esos runrunes que empiezan a darme vueltas y que no paran de fastidiar hasta que no consigo hilarlo en pensamientos.
Y es que la fragilidad de la mente de este hombre del siglo XXI es verdaderamente inquietante. Nos quebramos como copas de cristal cuando la vida nos rebosa. Y nadie quiere recoger los cristales rotos para reconstruir un nuevo recipiente que, aunque ajado, pueda seguir conteniendo las alegrías y tristezas de una vida que no entendemos.
En esta sociedad del usar y tirar, las personas también se desechan una vez acabada su vida útil y se depositan en plantas de reciclaje donde unos pocos utópicos (léase: locos) aún siguen creyendo que sí son válidos. Dejando con esta medida de contaminar a la sociedad cuerda con situaciones que desequilibran sus normas capitalistas, decálogos lucrativos y filosofías estructuradas.
¿Quién establece los baremos entre la locura y la cordura? ¿Qué es locura? ¿Hablar solo? ¿Dejar un trabajo indefinido por cumplir un sueño? ¿Ver ranas que anuncian la visita de mamá? ¿Contar céntimos para llegar a fin de mes? ¿Bailar por la calle? ¿Crear realidades imaginadas para olvidar la realidad horripilante? ¿Amar sin medida a quien no corresponde? ¿Fantasear? ¿Gritar? ¿Apuñalar a tu ex pareja porque no te besa? ¿Poner la música a todo volumen a las 7 de la mañana?
¡Quién sabe!
Se aplasta la libertad interna por el tren de alta velocidad que arremete al hombre, te arrolla al instante si no logras montar y si lo haces te dejará clavado en cualquier estación desolada en la que entonces sí tendrás tiempo para caer en el delirio de mirar el móvil doce veces por minuto hasta comprender que no te queda nadie que te llame.
Paradójicamente, es en la "Era de la Comunicación" donde nos corrompen las enfermedades de la incomunicación y disociación con la humanidad.Esquizofrenia, Alzhéimer, Depresión, Drogodependencia…. todas son mentes encarceladas y derrocadas de sus gobiernos. Sin revoluciones, sin guerras, sin motines… simplemente apresadas, aniquiladas definitivamente por fulminantes medicaciones que detienen cualquier posibilidad de revuelta popular, pero que no eliminan el aterrador sufrimiento.
Porque cuando por el resquicio de los muros de la celda entra la luz, se clava en el alma hiriéndola de muerte.
Hace años que esto es lo único que tengo claro:
“Yo no soy poeta, soy dementey en vez de gastarme
en el médico los cuartos
los poemas son mi terapia
que para la locura
es lo más barato”
(Yo, poeta demente. 2006)