Y al cerrar la puerta descubrí
que todo estaba lleno de palabras....
que debería pasarme mucho tiempo con ellas,
rebotando,
revoloteando,
resonando
en las paredes de mi casa.
Y aunque abrí las ventanas y balcones,
a ver si ellas querían marcharse
(por su derecho de libre circulación)
en su tozudez innata
decidieron confinarse en mi casa,
sin dejarme otro remedio
que compartir mi sofá
cuando llego del trabajo.
Me dicen soledad, silencio, alerta...
y las espanto a manotazos
porque es de noche, estoy cansada, el sofá es mío,
y mi día ha sido mucho más que eso.
Está claro que el aire de una madrugada de abril
no las resulta más apetecible
y que han preferido hacerse dueñas
de una casa en la que apenas habito.
Por suerte llegará mayo
(que me dice poco y me interesa menos)
y a lo mejor, se animan a un leve escarceo.
El caso es que, una vez más, cerré la puerta
y mi casa, esta vez,
se quedó llena de palabras en aislamiento
hasta nuevo aviso, nueva orden o real decreto.