Hay días a
bocanadas.
Son días indolentes
en sus extremos,
lánguidos y
silenciosos en su centro.
Si te paras
en ellos (así… sin querer)
te será imposible
encontrar un latido vital,
sólo hallarás
el estruendo y bullicio
del fluir
de las horas y la sangre.
Únicamente
se percibe el rumor
de manecillas
que resbalan rutinarias
a través de
nubes plomizas sin forma;
de notas de
música errantes que se enredan
entre las
baldosas de la acera callada.
Si te paras,
ahí, justo en ese instante
de uno de
estos días a bocanadas,
es posible que
no sepas
Sigue, no pares,
no te dejes atrapar
por la afonía
de un día sin aliento,
no te detengas
en medio de la calle
para constatar
que todo es silencio.
Afortunadamente,
son pocos
los días
lánguidos en su centro
y estridentes
en sus extremos.