lunes, 28 de abril de 2008

PARANOIA___UN CÉNTIMO

Vuelvo a casa con un céntimo en la cartera, que me pesa como un yunque de acero.
Vuelvo a casa con un céntimo, con su cara que me sonríe al alma y su cruz de hierro que me enclava al subsuelo.
Me he quedado vacía, me he dado por completo (por completo no, me queda un céntimo, un céntimo pesado como un yunque de platero).
Pienso en sostenerlo en mi mano y lanzarlo a lo lejos de la calle, liberarme al fin, de lo único que me ata, de lo único que poseo.
Me siento pesada y entristecida, me he quedado a un céntimo, me ha faltado un céntimo de sonrisa en su cara y en su cruz un céntimo de silencio.
Sigo valorando la idea de lanzar a la calle mi moneda. Recuerdo los cincuenta céntimos que presté a un pedigüeño, y digo presté porque me los pidió como si fueran un préstamo, por eso ahora regreso a casa con un solo céntimo... ¡ya me lo devolverá ese a quien todo le debo!
Pero aún así, es la una de la mañana y regreso a mi casa con un céntimo que me pesa como un óbolo de hierro.
Y me apeno al pensar qué voy a echar mañana al cestillo en el que siempre echo... pero... lo comprendo: mañana en el cestillo tendrá que ir, por fuerza, mi céntimo, qué mejor sitio para terminar de darme, para darme por completo. Si alguien me ve pensará... no importa, para mí es lo único que hoy tengo, es lo único que me queda en las manos después de haberme dado plenamente menos un céntimo y quizá sea lo único que me falte para que mi corazón salde su deuda sereno.

DAME




Dame de esa fe que quiere mover las montañas,
de esa fe que las empuja con fuerza,
o que quiere mover matorral a matorral,
puño a puño de tierra, la ladera.
Dame más fe,
porque la que tengo se me queda escasa.

martes, 22 de abril de 2008

VOCES DEL ALMA

Me duelen los ojos
de tanto abrirlos bajo el lodo.

Corazón ceniciento y arrebujado
bajo el punto de un signo de interrogación.
Me duelen los hombros
de cargar con aquello que ignoro.

Pies esposados por tus manos
a la eterna indecisión.
Me duelen los dedos
de desenterrar sentimientos.
Boca blasfema y renegad
que calla y otorga con su turbación.

Hay dos voces que se arañan en mi alma,
chocan, se fragmentan, combaten...
mientras Tú y Yo, sentados,
no decimos nada.

jueves, 17 de abril de 2008

A PECHO DESCUBIERTO

Lucho contra un entorno hostil
que quiere arrebatarme el paraguas.
Lo sujeto con fuerza a dos manos,
pero más enfado el viento
intenta arrebatármelo.

Llueve una lluvia enojada,
que cae como alfileres helados.

Me oculto bajo el paraguas
para que no me lo arranquen,
me encierro y oculto bajo él,
y camino a tientas por la calles.

Pero así no veo el suelo que piso,
pero así no distingo el horizonte que persigo.

Combato contra un viento furioso
que quiere hacerme a su antojo,
y me cubro con un paraguas prestado,
y me afierro a él con las dos manos.

Pero al llegar al cruce de caminos,
chocan contra mí todos sus gritos:
revuelven mi paraguas,
lo ponen del revés,
y me revuelcan por los charcos
mientras, orgullosos, me empapan.

Cierro mi estúpido paraguas
que de nada me ha servido
y agotada por la lucha
camino mientras se clavan
los alfileres en mi cara.

sábado, 12 de abril de 2008

ANIMAL DE COMPAÑÍA

Tengo una pregunta que se me ha anudado a la mano, a la que casi tengo como animal de compañía, a la que saco a pasear tres veces al día si no más.
Tengo atada a mi mano una pregunta y por la noche cuando regreso la arrastro hacia casa con la tristeza de no saber responderla. Tengo una pregunta que se ha convertido en mi compañera a la que no sé o temo dar respuesta. Llevo de la mano una pregunta y abrazado a mi pierna un fantasma.

jueves, 10 de abril de 2008

EL PARAGUAS

Si es cierto que la verdad es como una manta que siempre te deja los pies fríos (como dicen en El club de los poetas muertos) que la estiras, la extiendes y nunca es suficiente, que la sacudes, la das patadas, pero nunca llega a cubrirnos... yo creo que el paraguas es un inútil parapeto para esa agua, que tras tanto suplicar, nos regala el cielo.
Y es un estúpido artilugio porque es perfectamente simétrico cuando el hombre no es simétrico, o mejor dicho, un hombre llevando un paraguas no es simétrico.
Si el paraguas va en tu mano izquierda, la mano derecha terminará húmeda, y es una gran tragedia que una mano tan útil y en mi caso vital para comprenderme caiga enferma con gripe o neumonía, porque si ella se empapa del agua inevitablemente llegará a todos los miembros del cuerpo. Si el paraguas va en tu mano derecha sucede -obviamente- a la inversa. Pero en cualesquiera de las manos en la que vaya el paraguas siempre sale perdiendo la espalda que inevitablemente se va a calar, en mi caso es la mochila donde llevo todo lo que necesito para el camino, donde llevo lo que quiero acarrear y también lo que no quiero. La mochila poco a poco va recibiendo esa agua y la va absorbiendo lentamente, pero sólo descubres este hecho cuando llegas al destino y ves que todo lo que llevabas en ella ha quedado impregnado de humedad. Pero sinceramente, es una suerte que al menos tu mochila y tu mano puedan recibir esa lluvia vivificante a pesar de tus intentos por impedirlo, es una suerte porque afortunadamente hay alguien que sabe bien donde debe posarse cada gota de agua.
Pero volviendo a la inútil simetría del paraguas... sólo hay una forma de mantener el equilibrio entre el paraguas y tu cuerpo y es apoyándolo en la nariz y ciertamente, es una postura muy incómoda, sobretodo porque te impide ver las baldosas traidoras que te escupen el lodo hasta los ojos.
Si fuera inventora... crearía un paraguas que fuera más largo por uno de sus lados para que no quedara uno de los brazos al descubierto, que fuera más ancho por la parte de la espalda y que en su parte delantera fuera más corto, porque, perdonadme la obviedad, es un absurdo todo ese espacio que hay delante, puesto que a los pies les da igual. Los pies siempre se empapan porque ellos no reciben la lluvia que cae sino que absorben el agua sucia que se queda acumulada en el suelo y que escupe toda la miseria de la tierra hacia tus zapatos y los bajos de tus pantalones.
Además yo enseguida me canso de llevar el paraguas en mi mano, lo cambio de una a otra, lo apoyo contra el hombro, lo cambio de lado, cuando puedo lo bajo mirando hacia el suelo y disfruto de la lluvia y pienso que esa agua tal vez pueda limpiarme y a veces, se terminan los soportales y me doy cuenta de que sigo con el paraguas hacia el suelo porque me he distraído y siento ese sentido del ridículo que por otra parte es estúpido ya que la calle está vacía y sólo quedan dos pasos de cebra para llegar a mi casa, pero al llegar a uno de ellos me detengo, como si tuviera ante mí un abismo hay un charco que ocupa tres franjas del paso de cebra, -esto es demasiado- pienso, y me quedo ahí, parada, mirando el inmenso charco hasta que me digo -piensa por donde cruzar ¡espabila!-; miras hacia la izquierda y la derecha para determinar por dónde se estrecha el charco y la menor distancia a recorrer, al fin, supero mi particular obstáculo pero al hacerlo me adelanta un señor y entonces sí que se agudiza mi sentido del ridículo. Pero mira, es que me canso de tener que estar frenando aquello que tanto deseaba sólo por el hecho de no parecer loca, me canso de tener que llevar un paraguas que en realidad no para el agua sino que simplemente hace que cale más, porque en lugar de una gota lo que te moja es una chorrera de las que escurren por uno de sus lados y porque en lugar de calarte poco a poco la cara te empieza por empapar los pies y hacer que todo el camino esté condicionado por la detestable sensación que causan unos pies húmedos y un corazón en sequía...

martes, 8 de abril de 2008

MI CUARTO HUELE A BAR

Mi cuarto huele como
a bar a la hora del cierre:
a tristezas ebrias,
a amores consumidos,
a dolores mal apagados que aún humean,
a sueños arrebujados en el suelo,
al ruido de las palabras apagadas,
a amistades aguadas con hielos;
a taberna de solitarios y borrachos,
que no de poetas pues ya no quedan.

Mi cuarto huele a bar
a la hora del cierre,
cuando la escoba
forma una montaña
con los posavasos ondulados
por el uso y el abuso,
con las servilletas que no limpian ni secan
las almas negras;
con los papeles que no responden preguntas,
con los palillos y colillas que no consiguieron
inmovilizar los labios,
con los trozos de pan que no saciaron;
con los despojos de las vidas
que, al fin, allí se desahuciaron.

Mi cuarto huele como a bar
a la hora del cierre,
como cualquier bar,
como a cualquier hora,
pues siempre es el mismo
olor pestilente.

Hasta que se apagan las luces
y pesadamente se baja la persiana.
Hasta que se arroja
al contenedor más cercano
la basura formada de los despojos
de un puñado de desquiciados.

Huele a bar a la hora del cierre,
así huele también mi cuarto.

jueves, 3 de abril de 2008

AJADA VASIJA

Iba hacia casa, y me hacía una pregunta ¿cuáles son esos rotos por los que se me escapa el agua que he de llevar? y de esa agua que se me escapa ¿también salen flores, qué flores nacen a mi paso? Y sin saber cómo vino una de esas frases hechas a mi mente “siempre hay un roto para un descosido” y me entretuve pensando en que era bastante estúpida esta afirmación, porque debería ser que hay un remiendo para un roto o bien hay hilo y aguja para un descosido o algo así. Al llegar a casa miré el Moliner y su definición a esta frase es que “por poco que sea el valor de una persona nunca falta otra con la que pueda acomodarse o formar pareja”. ¡Claro! no es cuestión de complementarios sino de sinónimos. No es que haya otra persona que se complemente contigo y remiende el roto que tú tienes, sino que hay otra persona, ahí fuera, en algún lugar, que donde tú tienes un roto, él tiene un descosido.
Lo cierto es que ni si quiera sé si puedo llamarme vasija, porque no sé si aún tengo alguna pieza intacta que pueda asegurarme que soy un recipiente. Tengo rotas las asas, esas con las que los demás te alzan y te hacen válido, porque gracias a las asas se pueden alzar los objetos con facilidad; para elevarme es necesario realizar un esfuerzo y a veces no merece la pena. Los bordes de mi vasija están resquebrajados, ha sido tanta el agua que ha manado de la boca de mi recipiente que se ha desgastado con facilidad, sobre todo porque, en ese verterse, a menudo se ha golpeado o se ha precipitado al suelo, algo normal, al tener el defecto de fábrica de unas endebles asas incapaces de mantener su peso. Ciertamente con tanto golpe y ajetreo poco a poco se ha ido resquebrajando la vasija, se han hecho grietas superficiales, se ha levantado la pintura que lo adornaba y se han formado hendeduras más hondas en las que si se mira, puede verse claramente su interior oscuro y algo húmedo por el agua transportada. Y qué decir del fondo, de ese elemento vital que convierte la vasija en un recipiente (recipiens, recipientis “el que recibe”) y no en un tubo. Malamente se puede recibir si no hay un fondo que evite que todo el agua se escape. Afortunadamente la base de mi vasija aún anda intacta, todo lo que en ella cae permanece sedimentado en ese fondo que cada vez es más grueso por tanto que tiene acumulado, porque aquello que pesa cae, mientras lo más ligero se va escapando por los resquicios del barro. Sería difícil definir cada una de las fisuras por las que voy perdiendo ese contenido que he de llevar a alguna parte, pero mientras contenga algo auque sea suciedad y mientras tenga un fondo y una abertura será una vasija aunque sea bienaventuradamente defectuosa y rota, aunque no pueda ver las flores que crecen gracias al agua que pierde por estar tan preocupada de que llegue algo de agua al destino.

QUERIDOS COMPAÑEROS

Gibrán Jalil Gibrán dice que un amigo hay que buscarlo para vivir las horas, porque existe para colmar nuestra necesidad no nuestro vacío. Que lo mejor de nosotros sea para el amigo. Y pensaba que muchas veces al amigo sólo le damos lo peor de nosotros, le cargamos con el peso de nuestro equipaje vital porque a menudo somos incapaces de cargar con ello, en otras ocasiones no le cargamos con nada, ni si quiera compartimos lo que llevamos en la maleta, no dialogamos sobre el viaje que estamos haciendo y simplemente caminamos unos al lado de los otros haciendo inanes comentarios sobre hechos cotidianos y circunstanciales, compartimos mesa, juegos y momentos, pero al fin, nada sabemos de aquel con el que hemos caminado a lo largo de 15 años, aunque en ese trayecto común se hayan compartido penurias y alegrías. Esta lucha interna entre el vivir [estar, existir, ser, coexistir] con el otro o convivir [entenderse, comprenderse, simpatizar, comunicar] junto al otro es la clave de las relaciones interpersonales, y seguramente haya quien lo realice equilibradamente o haya a quien no le importe nada que otros se compadezcan o haya quien no necesite vaciar nunca su equipaje... y seguramente haya más personas como yo que unas veces caminan mirando al suelo en silencio y otras desparraman todos sus bártulos en medio del camino porque son incapaces de andar con tanto peso y en un intento desesperado ponen patas arriba su equipaje para deshacerse de aquello que les inmoviliza. Afortunadamente, siempre hay algún compañero de camino que pacientemente anima y espera a que tú recoloques todas tus cosas en la mochila para continuar caminando juntos, desafortunadamente siempre hay compañeros de camino que impacientemente recogen tus bártulos del suelo y los introducen arrebujados dentro de un atillo demasiado pequeño porque se hace tarde para continuar el viaje. Pero ambos son queridos compañeros de camino.

martes, 1 de abril de 2008

ALMAS EN LUCHA

Hay almas que son una pura contradicción en sí mismas, que viven empeñadas en deshacerse y rehacerse como un continuo trabajo digno de una purificación del Tártaro. Que se crean en la palabra y se destruyen así mismas en su conato de ser. Hay almas que habitan en la zozobra de un mar ingente. Hay almas que sobreviven aferradas a tablas endebles. Hay almas que se amarran a sólidos faros apagados. Hay almas que regresan tras la lid con las manos vacías. Hoy he recordado un viejo poema:
Una cosa es la cadencia
natural del alma y
otra muy distinta el cauce
por el que intentamos llevarla.
Algo inútil, porque
siempre termina llegando esa
riada de sentimientos
que hacen que nos desbordemos
y el alma regrese a su camino innato.

Algunos días, en tardes de niebla,
el alma pugna por regresar
a su sendero; dejando secos
los trabajosos canales
que yo, con tanto esfuerzo,
la había construido
para ser más feliz, más dichosa,
en definitiva, mejor persona.

Ahora acojo con serenidad mi alma, la tomo de la mano y me dejo resbalar por su cauce innato, aunque discutamos y nos dañemos en el camino, aunque me queje de sus senderos llenos de maleza y de charcos y de pozos hediondos. Aunque caminemos en la más desgarrada soledad.
Hoy acompaño con tranquilidad a mi alma sin sacarla de su cuenca natural, aún sabiendo que nadie comprende porqué vamos en esa dirección, incluso cuando se vuelve el paso incierto, borroso y húmedo con el gemir y el desaliento. Incluso cuando me distraigo y al girarme descubro que me extravié. Y aguanto con mansedumbre sus tormentas; y respiro como puedo en sus escombros; y la abrazo cuando la luz del camino se refleja en nuestra nuca. Y lo hago porque sé que mi alma no busca horizontes sino tan sólo derramarse y disolverse y sólo puede hacerlo a través de su natural hondonada.