Vuelvo a casa con un céntimo en la cartera, que me pesa como un yunque de acero.
Vuelvo a casa con un céntimo, con su cara que me sonríe al alma y su cruz de hierro que me enclava al subsuelo.
Me he quedado vacía, me he dado por completo (por completo no, me queda un céntimo, un céntimo pesado como un yunque de platero).
Pienso en sostenerlo en mi mano y lanzarlo a lo lejos de la calle, liberarme al fin, de lo único que me ata, de lo único que poseo.
Me siento pesada y entristecida, me he quedado a un céntimo, me ha faltado un céntimo de sonrisa en su cara y en su cruz un céntimo de silencio.
Sigo valorando la idea de lanzar a la calle mi moneda. Recuerdo los cincuenta céntimos que presté a un pedigüeño, y digo presté porque me los pidió como si fueran un préstamo, por eso ahora regreso a casa con un solo céntimo... ¡ya me lo devolverá ese a quien todo le debo!
Pero aún así, es la una de la mañana y regreso a mi casa con un céntimo que me pesa como un óbolo de hierro.
Y me apeno al pensar qué voy a echar mañana al cestillo en el que siempre echo... pero... lo comprendo: mañana en el cestillo tendrá que ir, por fuerza, mi céntimo, qué mejor sitio para terminar de darme, para darme por completo. Si alguien me ve pensará... no importa, para mí es lo único que hoy tengo, es lo único que me queda en las manos después de haberme dado plenamente menos un céntimo y quizá sea lo único que me falte para que mi corazón salde su deuda sereno.
Vuelvo a casa con un céntimo, con su cara que me sonríe al alma y su cruz de hierro que me enclava al subsuelo.
Me he quedado vacía, me he dado por completo (por completo no, me queda un céntimo, un céntimo pesado como un yunque de platero).
Pienso en sostenerlo en mi mano y lanzarlo a lo lejos de la calle, liberarme al fin, de lo único que me ata, de lo único que poseo.
Me siento pesada y entristecida, me he quedado a un céntimo, me ha faltado un céntimo de sonrisa en su cara y en su cruz un céntimo de silencio.
Sigo valorando la idea de lanzar a la calle mi moneda. Recuerdo los cincuenta céntimos que presté a un pedigüeño, y digo presté porque me los pidió como si fueran un préstamo, por eso ahora regreso a casa con un solo céntimo... ¡ya me lo devolverá ese a quien todo le debo!
Pero aún así, es la una de la mañana y regreso a mi casa con un céntimo que me pesa como un óbolo de hierro.
Y me apeno al pensar qué voy a echar mañana al cestillo en el que siempre echo... pero... lo comprendo: mañana en el cestillo tendrá que ir, por fuerza, mi céntimo, qué mejor sitio para terminar de darme, para darme por completo. Si alguien me ve pensará... no importa, para mí es lo único que hoy tengo, es lo único que me queda en las manos después de haberme dado plenamente menos un céntimo y quizá sea lo único que me falte para que mi corazón salde su deuda sereno.