Y al cerrar la
puerta descubrí que todo estaba lleno de palabras.
Rebotaban contra las
paredes vacías y deslizándose por mis rizos se precipitaban entre los lomos de
los libros.
Intente alejarlas a
soplidos, estornudos y manotazos, pero livianas flotaban alrededor de la
bombilla y regresaban a acurrucarse entre mis dedos.
Finalmente (no me lo
tengas en cuenta) tuve que abrir la ventana a ver si el aire fresco de una
madrugada de abril las resultaba más apetecible que andar rebotando entre mis
cuatro paredes y mis oídos maltrechos.