viernes, 28 de marzo de 2008

SOLO POR EL VERBO

“Sólo por el verbo te derramas” dijiste, y yo grito ¿acaso sirve para algo? Hoy, aquí, desde el trascacho de mi desierto, que cada día es más y más árido, lanzo al fuego letras desgastadas, papeles que se retuercen como un animal, que entre las llamas palpitan lentamente, que se recogen sobre sí en un intento de salvarse aferrándose hasta el último instante a su tinta, dejando en el aire un olor a humedad, un hálito a orín que me asfixia y me atraganta, pues solo alcanzo a respirar la inutilidad de una vida malgastada en palabras, palabras encerradas, amontonadas, que algunos días como hoy se me caen encima y me abaten y me sepultan con su rabia, con su soledad encarcelada.
Y hoy que los años me han hecho más moderada añoro, añoro esa llama que abrasaba el alma. Ahora que los años me han hecho más callada calculo los daños y sus beneficios y sopeso. Sopeso las ofensas que han hecho mis palabras, el precio que han pagado mis manos agrietadas, mi mirada fatigada, mis pulmones incapaces de respirar, por escribir a altas horas de la madrugada, en los parques invernales, en los remansos silentes de la madrugada.
¿De qué sirve acumularse en legajos de papel? ¿Qué propósito tiene derramar pensamientos, apretar el puño y escribir versos?

Sólo por el verbo me derramo,
como una agua embarrada y turbia,
que arranca con violencia incontenible,
ese dolor de mandíbulas apretadas,
que refrenan el llanto por una vida inútil
malgastada en plumas y palabras.
Sólo por el verbo me levanto,
para alcanzar a mi Dios,
para no desviarme de su mano,
y me afierro al pie de una cruz
que maldigo y amo.

Sólo en el verbo me sustento.
Me asgo a su amparo
como baluarte de mi salvación,
y lanzo por mis cuatro paredes
tantos años de solitaria dedicación.

Sólo por el verbo me derramo
como una agua arrebatada e iracunda,
que devasta con su cauce
aquello que alimentar ansiaba,
que por guardar silencio: destruye
y marchita en su devenir el alma.

Sólo por el verbo me ensancho
y desbordo los márgenes de mi seno,
rebosando en inútil empeño
las linderas de un húmedo desierto
que jamás llegará a ver el océano.

Sólo en el verbo lato y taño.
Palpito con una fuerza inusitada
como si no fuera esta mano ajada
quien compone las letras que leo;
como si por un instante
todo tuviera un motivo;
como si por un efímero momento
todo callara por mi tránsito tambaleante:
estremeciendo al cielo con mi egoísmo,
golpeando y estrujando un corazón empobrecido,
asolando y socavando,
desfalleciendo en tu sucio regato,
ahogando con mis manos las hojas del otoño,
implorando inútil piedad a una corriente
que arrastra por barrancos y badenes,
golpeando en los riscos
los jirones de palabras silenciadas
en tu febril torrente.

miércoles, 12 de marzo de 2008

POZO

"Me quebré en una perfecta esfera”



Me quebré,
vino un viento helado
y me quebré
.

Arrebatadamente me arrastró de mi alma
y lanzó una mitad por el brocal del pozo
y arrastró la otra mitad pegada a su espalda.

Me quebré,
vino una tormenta de la nada
y me quebré.

En la oscuridad del pozo mi media vida
con un ojo sólo ve una boca menguante,
con una mano y una pierna nada escala,
con media nariz sólo huele la mitad de mi herrumbre.

Me limito a esperar.
Me siento de medio lado
porque si no me caigo,
y demasiado tarda en salir el desamparo
por sólo llorar a medio llanto.

Me quebré,
vino un huracán inesperado
y me quebré.

Desafortunadamente siento la pena entera,
completo dolor de la media alma
que se asfixia y anega
en una perfecta esfera.

Arráncame de una vez del pozo
o devuélveme mi media alma,
aunque sea malherida,
que quiero llorar con mis dos ojos,
y aferrarme con dos manos a la roca fría.
5-11-2007

viernes, 7 de marzo de 2008

No se conformaron

No se conformaron con matar la poesía,
arrojaron al poeta al fuego
y él también se disipó en el aire.
El padre Elías_ cap. XXII

No se conformaron con cerrar los ojos,
echaron puñados de tierra en los suyos
y ellos también se hundieron en el fango.

No se conformaron con tapar los labios,
ahogaron la palabra en el océano
y ella también se sumió en el silencio.

¿QUÉ BUSCO?

¿Qué Busco?
Me busco a mí, en la palabra ajada de tanto usarla,
en las espirales de humo que deshacen a manotazos aquellos que me rodean,
me busco a mí en el ancho mutis de la penumbra desfigurada.
Me busco a mí, porque de tanto dar vueltas me he perdido.

Busco la respuesta a mi existencia,
el motivo al que aferrarme para saber qué de bueno hay en mí.
Busco la contestación a cómo debo hacer para dejar de herir y causar tanto daño.

Busco el argumento a ¿para qué me quieres? ¿para qué me has hecho así, tan mal, como un compendio de sobras, como a desgana?
Busco Tu AMOR, ese Amor de Dios, ese abrazo Paterno que me arrulle y me susurre que aunque nadie lo comprenda estoy en el sendero, que aunque yo no me quiera soy capaz de amar, que tanta lucha valdrá la pena.

Busco la clarividencia perfecta, clara, nítida, sin omisiones, sin duda, sin cavilaciones.
Busco a mis fantasmas... en el gris susurro de las noches en vela.

Busco el equilibrio entre mi alma y el mundo que vivo.
Busco mi manual de instrucciones;
el ocaso que corona mi cima;
la piedra que sustente mi existir, mi ’Όντος;
la escalera que me eleve hasta el brocal del pozo.

Busco tantas cosas... y quizá las tenga, pero están tan desperdigadas por mi cuarto que soy incapaz de encontrarlas, tengo tan agitada el alma que nada es capaz de mantenerse ordenadamente en su estante.

Busco que me dejen ser como soy,
sin intentar cambiar mi cadencia innata.
Busco, Dios, que me enseñes a amar,
porque... por si no te has dado cuenta, lo estoy haciendo muy mal.

Te busco a Ti, siempre te he buscado;
y sé que siempre me has salido al encuentro,
sólo que aún no nos hemos puesto de acuerdo en el sitio ni la hora.
Ten paciencia, al fin y al cabo, has sido tú quien me ha hecho así, tan cobarde y con tantos miedos.

jueves, 6 de marzo de 2008

FILOSOFÍA DE LA BALDOSA

Sólo uno mismo sabe por qué pisa una baldosa y no otra. A veces esquivamos bruscamente un algo que sólo nosotros vemos y que en apariencia a los demás les puede parecer un movimiento ebrio o exagerado, porque sólo nosotros sabemos lo que no debemos pisar aunque en ese encarecido amago corremos el riesgo de torcernos el tobillo o caernos al suelo, quedando un duradero dolor en la experiencia de lo vivido.
Pisamos sobre las baldosas firmemente, decididos, otras dudosos, algunas casi ni las pisamos sino que simplemente las rozamos con la puntera o el tacón del zapato.
Sólo uno mismo sabe qué baldosas no quiere pisar aunque no sepa cuales son en las que sí debe posarse, por ejemplo esas que están rotas y que cubrimos con nuestro pie para aparentar que son firmes y seguras, pero que al final se quiebran y nosotros con ellas si no saltamos lo suficientemente rápido hacia otra. O las que bajo ellas tienen un charco de agua y barro que pueden salpicarte los zapatos, las manos y hasta tus propios ojos si no tienes cuidado y te apoyas en ellas confiado de una firmeza aparente.
A mí no me gusta pisar las losetas sucias o que tienen chicles porque estos te pegan a la baldosa dándote una falsa sensación de libertad elástica.
Luego están las demás baldosas, esas que sí están limpias, que sí están enteras y que están plenamente cimentadas al suelo. Sobre estas descargas toda la energía de tu cuerpo en una firme pisada que te hace sentir seguro de tu camino, sin embargo, si permaneces demasiado tiempo sobre ellas tu peso puede agrietarlas, el movimiento del mundo puede remover sus cimientos y la baldosa, que al principio era firme, puede volverse insegura, tendente en cualquier momento a quebrantarse y romperte a ti con ella si no te mueves hacia otra parte.
Por supuesto también están los obstáculos que nos impiden posarnos sobre la perfecta baldosa de mármol rosa y los pozos, que estiran sus bocas hacia nosotros cuando nos ven dar un mal paso o cuando un suelo resbaladizo nos escupe hacia ellos, pero sobre los pozos tengo una amplia teoría que es mejor dejarla para otro momento.
Por eso hay dos opciones, saltar rápidamente de baldosa en baldosa sin darte tiempo a posarte o dejar de mirar al suelo mientras caminas por la calle un miércoles a las doce menos veinte de la noche porque, al fin y al cabo, va a ser irremediable que desaparezcan todas las baldosas de tu camino. Si a ti se te ocurren más opciones...

CALLAR O HABLAR

No sé por qué extraño motivo hay ciertos momentos en los que siempre te llega un mismo mensaje, supongo que porque tú estás predispuesto para entenderlo y por eso te cala y este es el mes de la “expresión” y a través de diversos poemas y power’points me llegan dos mensajes: Calla versus Habla. Yo siempre me he levantado del suelo gracias a los versos de tío Walt (como dicen el El club de los poetas muertos) cada vez que me preguntaba ¿qué de bueno hay en mí, en el mundo, en lo que hago? Me respondía: “Que estás aquí – que existe la vida y la identidad / que prosigue el poderoso drama y que puedes contribuir con un verso”, pero mientras me arrastro por este poderoso drama sigo sin saber si debo hablar o callar, mostrarme u ocultarme, darme a conocer plena o parcialmente. Y creo que casi sin quererlo me he respondido al colocar una puerta hacia mi pensamiento en el pseudomundo que es Internet. He decido hablar, seguir creyendo que las palabras y las poesías sí pueden cambiar el mundo, he optado por mostrarme, y quien quiera que me mire y a quien le duela demasiado que deje de hacerlo, he aquí la libertad.
¿Callar o hablar? Verdaderamente aquí se haya la incógnita del hombre, la auténtica encrucijada que lo transforma todo. Ya sabemos que todo depende del contexto en su sentido más amplio, pero la dificultad es ser lo suficientemente sabio como para no errar en la decisión tomada y yo, que soy de natural torpe, siempre me equivoco. Arrebatada por la emoción me lanzo teniendo una sola meta: un aliciente que me provoque para superarme literariamente.