“Sólo por el verbo te derramas” dijiste, y yo grito ¿acaso sirve para algo? Hoy, aquí, desde el trascacho de mi desierto, que cada día es más y más árido, lanzo al fuego letras desgastadas, papeles que se retuercen como un animal, que entre las llamas palpitan lentamente, que se recogen sobre sí en un intento de salvarse aferrándose hasta el último instante a su tinta, dejando en el aire un olor a humedad, un hálito a orín que me asfixia y me atraganta, pues solo alcanzo a respirar la inutilidad de una vida malgastada en palabras, palabras encerradas, amontonadas, que algunos días como hoy se me caen encima y me abaten y me sepultan con su rabia, con su soledad encarcelada.
Y hoy que los años me han hecho más moderada añoro, añoro esa llama que abrasaba el alma. Ahora que los años me han hecho más callada calculo los daños y sus beneficios y sopeso. Sopeso las ofensas que han hecho mis palabras, el precio que han pagado mis manos agrietadas, mi mirada fatigada, mis pulmones incapaces de respirar, por escribir a altas horas de la madrugada, en los parques invernales, en los remansos silentes de la madrugada.
¿De qué sirve acumularse en legajos de papel? ¿Qué propósito tiene derramar pensamientos, apretar el puño y escribir versos?
Y hoy que los años me han hecho más moderada añoro, añoro esa llama que abrasaba el alma. Ahora que los años me han hecho más callada calculo los daños y sus beneficios y sopeso. Sopeso las ofensas que han hecho mis palabras, el precio que han pagado mis manos agrietadas, mi mirada fatigada, mis pulmones incapaces de respirar, por escribir a altas horas de la madrugada, en los parques invernales, en los remansos silentes de la madrugada.
¿De qué sirve acumularse en legajos de papel? ¿Qué propósito tiene derramar pensamientos, apretar el puño y escribir versos?
Sólo por el verbo me derramo,
como una agua embarrada y turbia,
que arranca con violencia incontenible,
ese dolor de mandíbulas apretadas,
que refrenan el llanto por una vida inútil
malgastada en plumas y palabras.
como una agua embarrada y turbia,
que arranca con violencia incontenible,
ese dolor de mandíbulas apretadas,
que refrenan el llanto por una vida inútil
malgastada en plumas y palabras.
Sólo por el verbo me levanto,
para alcanzar a mi Dios,
para no desviarme de su mano,
y me afierro al pie de una cruz
que maldigo y amo.
para alcanzar a mi Dios,
para no desviarme de su mano,
y me afierro al pie de una cruz
que maldigo y amo.
Sólo en el verbo me sustento.
Me asgo a su amparo
como baluarte de mi salvación,
y lanzo por mis cuatro paredes
tantos años de solitaria dedicación.
Sólo por el verbo me derramo
como una agua arrebatada e iracunda,
que devasta con su cauce
aquello que alimentar ansiaba,
que por guardar silencio: destruye
y marchita en su devenir el alma.
como una agua arrebatada e iracunda,
que devasta con su cauce
aquello que alimentar ansiaba,
que por guardar silencio: destruye
y marchita en su devenir el alma.
Sólo por el verbo me ensancho
y desbordo los márgenes de mi seno,
rebosando en inútil empeño
las linderas de un húmedo desierto
que jamás llegará a ver el océano.
Sólo en el verbo lato y taño.
Palpito con una fuerza inusitada
como si no fuera esta mano ajada
quien compone las letras que leo;
como si por un instante
todo tuviera un motivo;
como si por un efímero momento
todo callara por mi tránsito tambaleante:
estremeciendo al cielo con mi egoísmo,
golpeando y estrujando un corazón empobrecido,
asolando y socavando,
desfalleciendo en tu sucio regato,
ahogando con mis manos las hojas del otoño,
implorando inútil piedad a una corriente
que arrastra por barrancos y badenes,
golpeando en los riscos
los jirones de palabras silenciadas
en tu febril torrente.
Palpito con una fuerza inusitada
como si no fuera esta mano ajada
quien compone las letras que leo;
como si por un instante
todo tuviera un motivo;
como si por un efímero momento
todo callara por mi tránsito tambaleante:
estremeciendo al cielo con mi egoísmo,
golpeando y estrujando un corazón empobrecido,
asolando y socavando,
desfalleciendo en tu sucio regato,
ahogando con mis manos las hojas del otoño,
implorando inútil piedad a una corriente
que arrastra por barrancos y badenes,
golpeando en los riscos
los jirones de palabras silenciadas
en tu febril torrente.