jueves, 25 de abril de 2013

TONTERÍAS DE UN 25 DE ABRIL MIENTRAS ESPERO A QUE ME ENTRE HAMBRE


Hoy estoy…


  

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Al pan, moje
y al vino, gaseosa.
A palo seco no me trago nada.
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Soy mujer de muchas letras
y pocas palabras.
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Antes iba y venía,
pero me cansé de ir y venir
y tuve que decidir
si venía e iba o si iba y venía.
Me quedé, es decir,
que ahora estoy, aquí,
en alguna parte,
donde no tengo que ir y venir
como hacía antes.
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Hasta ahí.
Ni más ni menos.
He dicho lo que había que decir
con todas y cada una de sus palabras:
consonantes, vocales y acentos incluidos.
No hay más que añadir,
no hay nada que quitar.
No recuerdo si había más motivos,
pero lo que está, lo está en su justa medida.
El caso es que eso es lo que quería decir
y eso es precisamente lo que he hecho,
justo aquí: en el punto final.

viernes, 19 de abril de 2013

LO QUE PASÓ EN ALGÚN MOMENTO



¿Cuándo se perdió la intensidad?
¿Cuándo fue que todo comenzó a tener la misma cadencia?
¿Cuándo se ajaron las pupilas del mirar hondo con ese no quedar en donde se halla la diferencia?
¿En qué instante fue que los latidos se acompasaron al paso cansino,
que las palabras se reprodujeron en farfullas vanas,
en qué puchero hirvieron el amor y la rabia?
Envidia, pasión, coraje, frustración, espanto, ternura…
aún a dentelladas
              ¡libradme de ser mansa!


lunes, 8 de abril de 2013

ESAS DUDAS QUE TE ENTRAN



A veces me pregunto si alguien, en algún otro lugar, habrá dicho lo mismo que yo he dicho.
Si no habrá usado mis mismas palabras para describir iguales emociones.
Si en otra lengua no habrá asociado las mismas ideas e imágenes que yo he conectado.
En definitiva, si no estaré plagiando estas náuseas existenciales.

LOBO aFEROZ



El lobo feroz estaba en crisis.
Retirado en un apartamento de dos habitaciones en el centro de la ciudad se había ido olvidando del bosque, de cerditos, de las caperucitas y de incautos caminantes.
El programa de reinserción social había sido un gran paso después de que el R.D. 1/3018 aceptara a los hombres lobo como ciudadanos de pleno derecho y el estado de bienestar se afanara en los programas de reinserción social de esta minoría pseudo-étnica en riesgo de exclusión.
Reprimido su instinto por el alcohol y algún que otro opiáceo intuía pasar las lunas, y las intuía porque desde su ventana en el centro de la cuidad era imposible ver un claro de cielo.
Él no era un hombre lobo, era un lobo a secas, un lobo “desferocizado”, un lobo aferoz al que nadie teme y se canturreaba la cancioncilla de Disney con una mueca irritante ante el espejo “quién teme al lobo feroz, al lobo, al lobo…al lobo feroz” y se dejaba caer en el sofá con un regusto en las entrañas a frustración y apatía.
        Un trabajador social le visitaba una vez al mes, era el único momento en que ponía en orden su mundo (el exterior, claro): limpiaba la casa, planchaba la ropa, sacaba del frigorífico toda la comida estropeada, lavaba los cacharros, se deshacía de las botellas vacías, se lavaba y recortaba sus melenas para tener una apariencia digna de un lobo metrosexual, que es lo que se esperaba de él. El imbécil del asistente le traía un kit con comida y millones de panfletos sobre cursos, trabajos y folios y folios de encuestas y test que debía completar para asegurar a la sociedad que era un lobo rehabilitado, feliz e inmensamente agradecido por esta oportunidad de cambiar su vida.
El lobo es un ser de manada, en el bosque vivía con su libertad coartada por los límites de la reserva, con una rutinaria vida: dormir hasta tarde, correr un poco, buscar algo que comer y disfrutar de las noches con su manada hasta regresar al amanecer a su guarida, así noche tras noche. 


Un día pensó que la civilización le haría libre, que disfrutaría de la gente, de nuevos retos, de supermercados donde abastecerse de alimentos, de un trabajo honroso y que en la noche podía seguir con su manada buscando lunas, pensó en cómo sería follarse a caperucitas en lugar de comérselas, dictaminó tajantemente que cuando se es un lobo feroz nada, por mucho que todo cambie, va a lograr que pierdas tu animalidad arraigada genéticamente tras generaciones de lobos feroces y documentada por siglos de devastadoras historias.
Pero entonces el trabajador social llegaba mes a mes con sus encuestas y teorías y sus mismas preguntas mes a mes: ¿cuáles son sus metas, sus objetivos de fututo? ¿quiere una familia, alguna mujer loba que le ocupe sus pensamientos? ¿qué piensa hacer con su vida? ¿cuál es su nivel de satisfacción del programa?... ¿me permite una muestra para asegurarnos de que no se ha comido a nadie?... sus vecinos se quejan de mucho ruido por las noches ¿insomnio por la luna llena? ¿quiere que concertemos una cita con el psiquiatra para tratar los trastornos del sueño? ¿cómo va la creación de esa red de apoyo, ha hecho amigos? bla, bla, bla, bla…. si hay un momento en que el lobo tenía que demostrar su rehabilitación era ante la presencia de ese hombrecillo desgarbado con gafas de pasta y una torre de papeles encima de la mesa, hablando y hablando, preguntando y preguntando. Dos horas después recogía toda su palabrería y su papelería y se cerraba la puerta, entonces el lobo se abría una cerveza y se arrinconaba en el sofá para entrar en crisis y eso era algo nuevo para él. Se había enfrentado al hambre, la falta de libertad, el celo, las trampas de los cazadores… pero no a esto: nada es como debía ser (o eso es lo que le decía aquel insulso hombrecillo que ni siquiera era apetecible), que no tenía nada de lo que debía tener, que ningún objetivo estaba cumplido, ninguna meta alcanzada y nada loable estaba hecho. Por lo visto simplemente vivir y sobrevivir sin grandes riesgos no es algo aceptado.
Lobo feroz-aferoz–manso sabía que eso determinaba que era un fracaso social y que en el transcurso del tiempo en que había andado en proceso de desferocización todo a su alrededor había seguido girando, que era tarde para muchas cosas y que ya no tenía ganas de otras, que en lo que se dedicaba al autoconocimiento y la introspección iba perdiendo oportunidades, era consciente de que estaba abierto a todo y encerrado en sí. Sabía, o eso creía saber, que si un lobo feroz no es feroz no es más que un perro de compañía que solo acude a recoger las migajas cuando el amo lo llama. 
Estaba tan seguro de sí mismo y su animalidad que cuando vio que nada era como debía ser, entró en crisis.
Lo sé porque vino a verme.

Que ¿quién soy yo? Soy la rana que convenció al lobo feroz para que cambiara de vida segura de que si él podía convertirse yo podría algún día transformarme en princesa.
Esto es lo que hay. Otro día, con más tiempo, os contaré cómo caperucita terminó siendo una ramera.