Hay cosas que no deberían escribirse, o que si lo hacemos deberían romperse para que no se abalancen con sus fauces hambrientas y te devoren después de años de oscuridad y polvo.
Hay recuerdos que engullen con avidez, sobre todo aquellos que hemos dejado perdidos en la memoria de la infancia, que crees que no existen, que han dejado de ser ciertos, hasta que de pronto, te arrancan el brazo o una pierna y entonces crees atisbar por qué eres cojo o manco con 30 años.
Y de pronto, cuando estás en el momento de ir hacia delante, de tomar decisiones, de optar por tu vida… te miras al espejo y descubres que sigues siendo esa puta cría de 8 años.
Recordar viene de recordari, dice el Corominas, de cor-cordis, de corazón, que para los latinos es sinónimo de estómago. Está bien, como no puedo embriagar el corazón, emborracharé al estómago. Alguno de los dos, digo yo que terminen olvidando.